Leopold Kessler. El artista como caja de herramientas

Colaboración en la publicación del proyecto Cosas que solo un artista puede hacer. MARCO, Vigo. 29 de enero – 02 de mayo de 2010. Comisarios: Javier Marroquí / David Arlandis (culturalwork).

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El oficio del artista contemporáneo es lo más parecido a un muestrario de objetos variados, algunos de los cuales poseen, asimismo, diferentes usos. Intentar pensar en un modelo concreto, perfilado y delimitado, sólo puede quedar obsoleto instantes después de su definición o su descripción, por muy precisas que éstas sean. Ser artista, hoy en día, merece la atención y el análisis de los sucesos complejos y peculiares, en parte porque el concepto se ha abierto hasta perder su concreción y en parte porque ya no podría entenderse de otra forma, devorándose en cada nueva tentativa en su huída hacia adelante. Abordar con seriedad la práctica, el análisis o la gestión del arte contemporáneo atañe a modos de pensar lo real en términos que sólo aceptan el intento de su transformación formal, y aún mejor si ésta profundiza en sus raíces y consigue resultados visibles afuera, en el espacio público.

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Impactos mediáticos de las revueltas

Texto realizado para la publicación de la X Edición Cabanyal Portes Obertes. Salvem Cabanyal-Canyameral. El Cabanyal, Valencia. Octubre 2008.

La fotografía de prensa es el registro de los acontecimientos merecedores de ser noticia. Así lo sabemos tras más de un siglo de prensa diaria ilustrada con fotografías, a la que acudimos deseosos de confirmar nuestras ideas con sus imágenes. No siempre coinciden, pero no tanto por su falta de precisión como por la ausencia de visibilidad de ideas y opiniones minoritarias. La minoría es aquello que debe existir en cualquier estado de derecho que se precie para que la mayoría siga ninguneándola, cuando no deseando su pronta y aséptica desaparición. Mientras que saber cuándo un acontecimiento es merecedor de convertirse en noticia es tanto o más complicado como descubrir qué nace antes, si el evento o la necesidad de seguir aportando información diaria. El paso de un acontecimiento del estado de suceso al de noticia es más rápido y accesible que el que tiene que hacer una opinión minoritaria para convertirse en mayoritaria. Entre medias está, en ambos casos, el papel de los medios de comunicación; pero la economía, ya lo hemos comprobado sobradamente, siempre gana a la ideología… incluso en épocas de crisis.

 

La velocidad de los sucesos y la necesaria ocupación del espacio de los medios de masas parecen conciliar sus esfuerzos para dejarnos asombrados por igual ante la afluencia de datos y ante su narración casi idéntica, salvo detalles cada vez más imperceptibles en el tono o en el enfoque del discurso. Es por eso, tal vez, que las transformaciones en los modos de difundir las noticias hayan ayudado a la banalización de la información escrita tanto como han favorecido la eclosión de la comunicación audiovisual, especialmente con las prestaciones que ofrece Internet, convertido en el termómetro de la actualización perpetua. Perfecta horma al zapato de una sociedad cada vez más dispuesta a vivir los sucesos en tiempo real y a asumirlos a la par que se producen, olvidándolos al poco con similar fruición.

En las ciudades contemporáneas ha ido contagiándose globalmente una necesidad de verse y mostrarse como objeto de deseo que no atiende a fronteras y que necesita seguir en mantenida huída hacia adelante para conservar su imagen ilusoria. Un panorama donde han tenido mucho que decir los medios de comunicación de toda índole y condición y las imágenes promocionales. Esta actitud ha llegado a Valencia tan tardíamente y con una fuerza tan inusitada que no puede más que provocar un amor desenfrenado entre quienes estén a favor de la mercantilización de la imagen de la ciudad y la conversión de su patrimonio en un gran plató televisivo o un desamor profundo entre quienes esperaran un comportamiento más maduro y contenido por parte de los responsables públicos, sabiéndose como se sabe la trama y el desenlace de este argumento. Más si cabe si la escenografía de esta ciudad por la que un día pasó un río y que debe su ubicación original y su idiosincrasia geográfica a una serie de elementos que han desaparecido, se encamina hacia un gigantismo por igual deshumanizado en sus proporciones e irreversible en su ejecución; admirado y cuestionado a un tiempo.

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Registros contra el tiempo

Fragmento del texto publicado en el catálogo de la exposición Registros contra el tiempo, Villa Iris, Santander, julio-septiembre de 2006. Editado por Fundación Marcelino Botín, julio de 2006.

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“Es suficiente con alguna pequeña indagación en torno al tiempo para precipitarnos en la confusión más total: lo ha testificado aquel inglés de cabeza de pájaro, muy inteligente y ya muy anciano [1 Se refiere a Bertrand Russell (1872-1970)], al proponernos, en la tradición de Zenón, una divertida paradoja. ¿Existe el pasado? No, porque ya se ha ido. ¿Existe el futuro? No, porque todavía no ha llegado. ¿Existe, por tanto, sólo el presente? Ciertamente. ¿Pero no es acaso cierto que ese presente no posee en sí mismo ningún espacio de tiempo? Así es. Pues bien, es muy probable entonces que el tiempo no exista. Es verdad: no existe.” [2 Jean Améry: Revuelta y resignación. Acerca del envejecer, Pre-Textos, Valencia, 2001, p.18. La edición original se editó en 1968, de ahí la referencia a la edad de B. Russell.]

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Ficción de la política, realidad del arte. Valencia como caso de estudio

Texto publicado en Revista Lars. Cultura y ciudad, nº 10 Ciudades portuarias. 2008

En varias ocasiones se ha recurrido al estrabismo figurado de Valencia, con un ojo mirando a Madrid y otro a Barcelona, para intentar definir la realidad de una sociedad compleja, contradictoria y profundamente indefinida, salvo en sus mantenidas [y algunas regeneradas] ansias tradicionalistas. El cambio de esta situación hacia la miopía que padece en la actualidad es una pretensión política reciente, un giro cervical que tiene como fin la mirada fija, obsesiva, hacia el mar; como si se hubiera encontrado por fin y de forma definitiva la salida del laberinto, o se pretendiera como la perfecta huida hacia adelante que toda situación en crisis necesita para seguir manteniéndose críticamente en forma. Suele pasar con los sentimientos conversos, que se afanan con la misma o incluso con mayor insistencia en el antagonismo que en su primera opción contraria.

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Hacer público lo público. Un análisis sobre el discurso conceptual en la obra de Muntadas

Texto realizado con motivo de la participación de Antoni Muntadas en Art públic, Universitat pública, Universitat de València, 2004.

Uno de los mayores logros del arte público, y también su mayor dificultad y riesgo, es plantear inicialmente un diálogo con el espectador (ciudadano) y mantenerlo activo durante el tiempo que dura la intervención en el espacio donde se ubica. Esta sencilla teoría encuentra dificultades (algunas lógicas y otras inverosímiles) para alcanzar su fin, entre ellas la propia diferenciación entre espectador -entendido como público o audiencia que acude a un espacio concreto (físico o virtual) a ver o visionar determinado espectáculo o acción- y ciudadano, que en el contexto de las intervenciones públicas puede llegar a ser espectador, pero que no lo es necesariamente, pues es antes que nada habitante o visitante del espacio urbano en donde se ubica o se presenta la intervención pública. Podría, así pues, remarcarse esta sutil diferenciación con una nada sencilla diferencia: lo que convierte al ciudadano en espectador de una intervención pública es su actitud crítica frente a lo que está viendo.

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