Damos vueltas en la noche y somos devorados por el fuego

Texto incluido en la publicación de Falla Mossén Sorell-Corona, con motivo de la falla de Fermín Jiménez Landa Salvar el fuego.

Damos vueltas en la noche y somos devorados por el fuego[1]

La iconoclastia en el arte moderno y contemporáneo se puede interpretar como un estilo y una necesidad. La necesidad porque, sin ella, las vanguardias no habrían alcanzado su nivel de búsqueda y alcance de lo radical: romper desde la raíz con lo anterior para inventar otra cosa que a su vez fuera desgajada por lo siguiente, inmersas en una suerte de revolución cíclica que engulle, deglute y defeca para poder iniciar de nuevo un proceso idéntico. El estilo, porque gracias a esta perversión de lo visual en contra de sus propias creaciones, nunca se llegará a alcanzar la zanahoria colocada delante de nuestras ambiciones, y el derroche creativo sigue reformulando preceptos ya dichos, e inventando aquellos todavía por nombrar.

Cuando esta actitud se torna fronteriza y escapa de sus ámbitos naturales para entrar, como en este caso, en el deliberadamente tradicional ámbito fallero, saltan chispas en varias direcciones. En primer lugar, debido a que lo tradicional en este ámbito se desencaja y sacude sus quicios al constatar que el monumento pudiera volver a sus pretensiones originales y recurrir a la estoreta velleta… aunque, eso sí, hecha ahora con conocimiento de causa y efecto (sobre todo en los materiales) para repensar el monumento y su función. En segundo lugar, porque dejar entrar a artistas contemporáneos en el cerrado ámbito del arte fallero genera una absurda sospecha generalizada y casi podríamos decir una enmienda a la totalidad; aspectos que redundan, más si cabe, en el ámbito de las tradiciones estilísticas. Asimismo, y por derivación de esto último, la pretensión artística de buscar soluciones novedosas y transgresoras desde lo formal tiene el derecho y casi acarrea la obligación de romper con lo tradicional. Una serie de ingredientes que, inevitablemente, modificarán el gusto de aquello que se sirve como falla.

El debate no se centra únicamente en lo estilístico, que en el fondo es tanto motivo como conclusión. Éste se fomenta en el cuestionamiento de lo que se puede pensar como falla y, así pues, construirlo. Por lo tanto, el acento no está tanto en lo que podríamos representar estilísticamente asumiendo unos preceptos establecidos, cuanto en definir qué es una falla o qué puede ser entendida como tal. El cuestionamiento de sus bases mismas es muy propia de otros campos de la creación y el pensamiento, especialmente defendidos o planteados como investigación. Cuando artistas, arquitectos, diseñadoras, ilustradores… han sido invitados/as a entrar dentro de un círculo delimitado por su tradición pero al mismo tiempo –y aquí está la diferencia– propuestos/as para hacerlo con libertad, sin más condiciones que las económicas, ellos y ellas piensan en lo esencial y ponen en cuestión la falla como presencia temporal limitada y de repetición cíclica; atendiendo al gran debate que surge entre ser  representación o construcción de realidad.

De nuevo, Falla Mossén Sorell-Corona decide apostar por un modo de entender el monumento que no acepte lo supuesto como real, ni la tradición como una apariencia estética que ha de prevalecer. Las fallas son en sí mismo una celebración de los ciclos naturales y vitales, repiten ritos y fórmulas cada año y durante el período amplísimo que va entre dos meses de marzo consecutivos, son maquinarias sociales y culturales siempre engrasadas. La parte más visible de todo ese proceso, la exposición pública del monumento fallero y su culminación con la cremà, no debe atender a postulados pre-establecidos, sino más bien ser el estandarte de una manera de hacer falla, de entender la fiesta como lugar de encuentro de realidades diversas que, incluso, piensan la tradición en términos de contemporaneidad.

Precisamente esa idea de continuidad es la que prevalece en el proyecto de Fermín Jiménez Landa, uno de los artistas de su generación que mejor sabe vincular concepto y ritual artístico; humor y profundidad de acción. Sus proyectos siempre buscan mostrar un cierto reverso de lo esperado; no el reverso previsible, sino un uso tangencial de lo esperable y lo expectable. El propio artista explica de manera transparente su proyecto en este llibret; no hay que incidir, pues, en los hechos que han motivado esta falla, ni apenas en los resultados obtenidos, pues son fieles a lo proyectado. Pero la contemporaneidad también adopta prácticas de otros ámbitos y la interpretación, la exégesis, es una de las más extendidas. Además de la explicación, cabe incluir la interpretación de la falla; también en esto han evolucionado las fallas y la literatura que generan.

La estancia construida, a modo de edificio exento, es espacio de exposición y cobijo. La idea de generar un espacio de resguardo temporal donde la temperatura es alta, puede simbolizar un anuncio de la primavera que viene, pero también un registro del propio fuego: aquello que “construye” ahora, que llena un espacio vacío de artilugios pero ocupado momentáneamente por gente, es el elemento que acabará con todo el trabajo de este último año. Durante unos cuantos meses, la pancarta que anunciaba la falla de Fermín Jiménez ubicada en la fachada del bajo donde está el casalmostraba una cita acuñada a Jean Cocteau. El artista, preguntado por la obra que salvaría del Museo del Prado en un hipótetico incendio, contesta: “–El fuego.” Salvar el fuego,título del proyecto es, esencialmente, lo que hace esta falla. Durante un año, del mismo fuego que consumió la falla anterior se ha mantenido su vigor más o menos activo, pasando por los compañeros de la falla, por amigos y vecinos, de maneras muy diversas para mantener la llama viva.

En ocasiones, el trabajo realizado por Fermín Jiménez Landa ha necesitado de la acción externa a la propia obra para ser completada, ampliando la máxima de que la obra está acabada con la mirada de quien la observa (o la conforma). La imagen figurada que surge tras pensar algunos de estos proyectos es la de un artilugio, un objeto, que necesitara ser mantenido activo: bien sustentándolo de pie, simplemente, evitando así su caída, como si alguna One minute sculpturedel artista Erwin Wurm trascendiera la fotografía para adquirir vida propia; o bien, de manera más sofisticada, accionando un hilo de voz o una llama de fuego colectivo que le diera la energía suficiente para seguir existiendo. Cuando estas obras o acciones urgen de la energía común, se diría que la propia idea, entretenida en sus juegos de conceptos y palabras, es quien desempeña todo su poder de convicción: nada sería igual si la pura forma resultante no tuviera un principio propio que determinara su composición, generada por la labor altruista o interesada de más personas. Sin embargo, sus obras nunca transmiten la frialdad que emana, por ejemplo, de un teléfono que no da tono, pues a diferencia de los objetos funcionales, que están diseñados para completar una acción que responde a una necesidad, las obras artísticas no son en absoluto necesarias, sino imprescindibles y, aún más, insustituibles. Si en una hipotética encuesta de opinión los objetos comunes fueran lo urgente, los artísticos serían lo importante.

Salvar el fuego es, entonces, salvar la tradición o, mejor aún, mantenerla. Pues el fuego pagano como elemento purificador es el motivo por el cual se realizan las fallas, cuyo sentido es acabar siendo devoradas por el fuego. Las fallas que apuestan por seguir siendo radicales en contraposición a lo tradicional conocido, no sólo aportan la frescura de lo que está aún por asumirse; también reivindican la posibilidad, a pequeña escala, de un cambio sociocultural. A modo de círculo que se cierra sobre sí mismo (ciclo estacional, vital, cultural…) el palíndromo perfecto en latín que conforma el título original de la obra de Guy Debord nos lanza un mensaje tan esperanzador como utópico: “Es un momento hermoso aquel en que se pone en marcha un asalto contra el orden del mundo.[2]”

 

[1]El título hace referencia a la película y posterior libro de Guy Debord In girum imus nocte et consumimur igni, un palíndromo en latín que se puede traducir aproximadamente de esta manera.

[2]Guy Debord,In girum imus nocte et consumimor igni. Barcelona, 2000, Anagrama, p.49.