El tiempo contenido en el espacio

Texto realizado con motivo de la exposición de Mario Rabasco Espais contingents. Estudi visual sobre la Universitat de València. Centre cultural La Nau de la Universitat de València. Enero-abril de 2014.

Mario_Rabasco

La fotografía consigue contener el tiempo en el espacio en un estadio anterior al movimiento generado por el cine, donde el ritmo y las secuencias, la continuidad y sus fisuras se arman para trazar un mundo que se construye, como ocurre con numerosos ejemplos, a semejanza del propio realizador. Es éste o ésta quienes miran el mundo y aspiran a que el resto lo veamos tal como ellos lo observan y nos lo ofrecen, una vez ya pautado por la edición. En la fotografía, las escenas perseveran en su mudez, en su estatismo, disponen de la coyuntura favorable al detenimiento y al pensamiento individual, como un acto que puede ser entendido como reflexión y acción al mismo tiempo.

Cuando Jacques Rancière habla de “imagen pensativa” y, más concretamente, de “pensatividad”, indica que ésta “designaría así un estado indeterminado entre lo activo y lo pasivo” y emplea la fotografía como “práctica ejemplarmente ambivalente entre arte y no-arte, [entre] la actividad y la pasividad”.[1] Ese estadio anterior es el de la noción de imagen construida con el tiempo, que lleva implícita o encapsulada su previsión interpretadora. La fotografía es la práctica de la reflexión post scriptum, si entendemos que la misma puede ser el lenguaje que se escribe con la luz, principalmente con su presencia y, en parte, también con su ausencia. Todo lo derivado tras su toma corresponde al ámbito de las palabras; habladas, escritas o no dichas, como las teorías a propósito de la interpretación de las imágenes desarrolladas por George Didi-Huberman han expresado decidida y abiertamente.[2]

Es tal vez por esa capacidad de la imagen fotográfica de ser como tal imagen y, al mismo tiempo, ser otra cosa únicamente posible después de ser analizada, por lo que la fotografía adquiere con el tiempo un carácter de eternidad, entendida siempre dentro de los parámetros de su propia conservación. En esa fase posterior no deja de ser imagen fotográfica, como parece lógico; más bien al contrario, añade a su composición fotográfica la complejidad propia de los argumentos varios que, bien por su ontología, bien por aspectos derivados de su descripción o expresión precisas, componen un mapa de relaciones interconectadas. En ese estadio, la fotografía es espacio donde confluyen aspectos variados que abocan dentro de su posibilidad de ser otra cosa más que la propia imagen, esto es, la complejidad añadida de sus componentes nuevos. Por lo tanto, deviene polisémica en su variedad de acepciones sociales que se le adhieren, y poliédrica, al poder ser visualmente analizada desde puntos de vista históricos, estéticos y contextuales.

Las fotografías que Mario Rabasco ha agrupado dentro de esta serie compacta y precisa representan un conjunto de imágenes contingentes, es decir, que son y pueden no ser al mismo tiempo; una afirmación no exenta de riesgo y que necesita ser explicada. Pues si lo contingente es referido a lo que puede o no suceder, en el sentido igualmente de eventualidad o necesidad, este grupo de escenas de interiores de los diferentes ámbitos de la Universitat de València hace referencia, en el sentido de instrumentalización, a una acepción concreta de lo contingente para expresar la dualidad que significa, por un lado, mostrar espacios reconocibles de los campus de la Universitat y, por otro, que esos espacios se presenten al espectador como no vistos antes. Son fotografías de unos lugares precisos que, contando algunos de ellos con varios cientos de años de existencia, se muestran como recién creados. Es el gran poder de la fotografía: construir la realidad que pareciera haber existido siempre, pero que sólo se hace visible cuando ciertamente la vemos y la miramos con detenimiento y distancia, separándonos el espacio suficiente (y atendiéndola el tiempo necesario) como para sentir que aquello que aparece delante de nuestra mirada aún no lo conocíamos tal como ahora se muestra. En cierta forma, es como si su existencia se generara a partir de nuestra consciencia de lo que allí vemos, en ese momento presente de visualización.

La construcción de estas escenas no afecta particularmente a lo retratado; no hay una manipulación concreta del atrezo para que algún elemento aparezca como no soliera estar dentro de su cotidianidad. Por el contrario, lo construido hace referencia al modo como el fotógrafo decide y consigue mostrar el espacio y todo lo allí contenido. Es aquí donde emerge una actitud de construcción, de creación de una visibilidad física; la acción de ese haciendo del autor genera casi de inmediato un pensando en el espectador que la mira. Una acción que implica la reflexión de querer entender aquello que ve, así como también la de verse reflejado, inmerso, en el propio espacio. Una cuestión complicada esta última intención, pues las perspectivas ensanchadas de las habitaciones, de los umbrales y escaleras, de las salas de reuniones o aulas, de los archivos y bibliotecas allí reducidos a imagen, no parecen poder (ni querer) contener persona alguna, por más que la presencia física anterior o posterior a la toma fotográfica resulta evidente a través de detalles particulares y concluyentes.

Desde esta misma perspectiva, lo contingente de estos espacios es su contraste a tres bandas entre los lugares de memoria de ciertos ámbitos pertenecientes a la institución; la inclusión de algunas imágenes que refieren, siquiera fugazmente, a la igualación provocada por los “no lugares” característicos de la arquitectura y las estructuras sociopolíticas posmodernas; y la sensación preclara de estar viendo por primera vez esos mismos espacios, incluso cuando hayan sido visitados, transitados o eludidos en numerosas ocasiones. A su vez, el conjunto de fotografías representa el contingente infraestructural de la Universitat de València o, al menos, un recorrido fotográfico posible a través de él, dentro de la gran complejidad que implica resumir más de quinientos años de historia y varios campus y sedes, en algo más que una cuarentena de fotografías. El contingente de una institución, se debería apuntar, también lo conforman los órganos directivos, el personal administrativo, los docentes, el alumnado… y su vinculación generada, su interacción, con esos espacios de función concreta y memoria viva. Sin embargo, su presencia sólo se intuye a través de los objetos sobre las mesas, en las disfuncionales puertas entreabiertas tras las cuales se encuentra un muro inaccesible, en los ordenadores encendidos o la bata blanca dejada en el respaldo de la silla, en la hoja de la vitrina abierta que permite ver la mirada muerta de un animal disecado. Es decir, su presencia es invisible pero constatable, como ocurre con el tiempo, cuyo efecto se ve, al igual que la luz, en el reflejo de las cosas que toca y en las personas que transforma interminablemente hasta el final de sus días.

Las lecturas interpretativas que aquí se lanzan sobre el dorso de las imágenes, en el sentido de su contenido extra fotográfico, son posible hacerlas porque el anverso de ellas, aquello que denominamos fotografía, es nítido hasta rozar la obsesión, y transparente hasta alcanzar un alto grado de invisibilidad. Incluso los reflejos en los cristales de las puertas, ventanas u obras enmarcadas que penden de alguna pared dentro de las escenas, contienen y limitan al máximo su función reflexiva, eludiendo su contraplano, pero manteniendo la distancia multiplicada en su reflejo.

La transparencia en fotografía equivale a un acto de seguridad plena en el método empleado en su realización. Resultaría difícil entenderlo sin una confianza ciega en que esos motivos registrados sólo pueden realizarse y ofrecerse de la manera como lo hacen. La transparencia no es, lógicamente, una disolución del autor en el motivo estético o la ausencia premeditada de éste; tampoco pretende resaltar su persona por encima de su función o más allá del motivo de su análisis. La transparencia es, por eso mismo, equilibrada y capaz de equilibrar los componentes que trasluce, incluidos los opuestos.

En este sentido explicada, la transparencia es un motivo capital en las fotografías de M. Rabasco que conforman estos Espacios contingentes, porque consigue que las imágenes sean vistas y entendidas como artefactos generados para enseñar cómo son y para qué son empleados dichos espacios: los motivos de su necesidad, la propiedad de sus materiales, la lógica de su morfología, el sinsentido de alguna de sus funciones, la belleza o el equilibrio de su composición arquitectónica… Elementos que apuntan en una dirección única y configuran, al mismo tiempo, un relato coral de interpretaciones. ¿Puede verse el claustro de La Nau, repleto de andamios y enseres propios de las obras, como una imagen metafórica de la situación actual de la Universidad y, por consiguiente, de la educación y la cultura, apuntaladas hasta en los últimos rincones de su patrimonio material y simbólico? ¿Son, por el contrario, escenas alegóricas que necesitan de un relato externo para completar el recorrido de sus símbolos? ¿Son imágenes, sin más, derivadas de la complejidad que implica hablar de imágenes como quien habla de una historia de referentes culturales, sociales y políticos que han llegado hasta nosotros con el peso de su rastro y la liviandad de nuestro presente perpetuo?

En términos generales, las imágenes pueden ser muchas cosas, representar el mundo o centrarse en la micro realidad subjetiva de un elemento pequeño o inaprensible, pero nunca son objetos simples que pueden ser tomados con ligereza, porque siempre asoma un componente de transmisión que lo enlaza con lo anterior y lo por venir, inserto en una cadena interrelacionada que exige una atención detenida y precisa. Podrán representar muchas cosas estas imágenes, pero nunca serán, únicamente, el registro de unos espacios de estudio o de trabajo, de toma de decisiones o de tránsito de la Universitat de València. Ese sería el principio de un recorrido que cada cual, en tanto que espectador/a, deberá completar y derivar hacia sus propias experiencias individuales.

 


[1] Jacques Rancière, “La imagen pensativa”, en El espectador emancipado, Ellago Ediciones, S.L., Castellón, 2010, p.109. [Le spectateur émancipé, La Fabrique éditions, Paris, 2008]

[2] En especial en los libros Imágenes pese a todo, Paidós, Barcelona, 2004 [Images malgré tout, Les Éditions de Minuit, Paris, 2003]; Cuando las imágenes toman posición, A. Machado Libros, Madrid, 2008; y Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2006 [Devant le temps. Histoire de l’art et anachronisme des images, Les Éditions de Minuit, Paris, 2000]