Eslóganes como nosotros

Publicado en Revista mono #8 Perdedores. Mayo de 2007.

Algo más de un año antes de que se celebrara el V Encuentro Mundial de las Familias, que tuvo lugar en Valencia entre los días 7 y 9 de julio de 2006, una gran pancarta mostraba al recién nombrado Papa Benedicto XVI con las dos manos en alto, hacia arriba y hacia delante, en una pose entre el saludo y la bendición. Sobre la imagen, se podía leer: “Benedicto, te esperamos”. La pancarta estuvo durante meses instalada en la fachada de la Basílica de la Virgen de los Desamparados, un edificio barroco de planta elíptica situado en la plaza del mismo nombre, punto de encuentro y posiblemente el espacio más popular de la parte histórica de la capital valenciana. La visibilidad máxima de la propaganda resultaba todo un indicio de la presión mediática que, poco a poco y como una lava tozuda y persistente, se nos vendría encima. Sólo una vez pasado el evento pudimos comprobar que ni el magma espectacular era tan candente, ni su caudal tan extenso. Pero antes ocurrieron otras cosas.

Conforme fueron pasando los meses, la variación del eslogan había alcanzado un escueto “Te esperamos” que daba por hecho quién era el sujeto de la espera (o expectativa). A ello se añadía la imagen de Razintger sobreimpresionada sobre un fondo fotográfico de la Ciudad de las Artes y las Ciencias donde todo, protagonista y escenografía, brillaban en un blanco impoluto, pasados por un filtro digital de desenfoque pétreo. El plural del te esperamos asumía una generalización que parecía integrar a todos los ciudadanos, de un modo similar a como se cuantifican los millones de católicos alrededor del mundo, es decir, dando por hecho que el Bautismo (un Sacramento que por regla general no se elije, sino que se impone) es suficiente motivo de contabilización. El eslogan amplió su radio de acción a un inverosímil y partidista “Valencia te espera”, frase que además de a todos los ciudadanos, incluía a la propia ciudad y lo que cualquiera de ellas representa: un conjunto de pensamientos, acciones y discrepancias muy por encima incluso de la suma de sus habitantes y que, al menos, incluye tanto su historia como su idiosincrasia geográfica y patrimonial.

Paralelamente a los esfuerzos triunfalistas a propósito de esta nueva expectativa evangelizadora, diferentes colectivos aunaron esfuerzos bajo el eslogan “Jo no t’espere” (Yo no te espero) cuyas principales armas visibilizadoras eran una contundente pancarta y una página web actualizándose a lo largo de los diferentes meses que duró la iniciativa. La frase, escrita en rojo y estampada en la parte inferior de una lona blanca, acompañaba un dibujo-icono que mostraba una señal de peligro con la mitra del Papa inserta dentro de ella. La lucha por la visibilidad de esta pancarta en los balcones y ventanas de las casas tuvo que aceptar, como un duelo metafórico entre David y Goliat que acabó al contrario que el mito, la presencia de miles de banderas vaticanas blanco-amarillas, hasta el punto de llegar a considerar si, en efecto, no estaríamos habitando una subdelegación de la capital del Estado pontificio. En cualquier caso, lo que resultó francamente revelador entre ambas expresiones, a favor y en contra de la visita de Benedicto XVI, fue el uso que ambos grupos de simpatizantes realizaron de los eslóganes. Ante el mensaje evangelizador del “te esperamos” o el institucional de “Valencia te espera”, de los que no podemos dejar de ver más que un intento, como de tendencia catequista de colegio religioso, de crear rebaño frente al gran pastor, el personalista de “Jo no t’espere” promovía la elección individual del sujeto, de cada uno/a de los sujetos. Frente a la multitud como masa guiada por un pastor octagenario, representante de Dios en la tierra, la pulsión de una opinión radical que decide expresar lo que siente o, al menos, dejar constancia de lo que no siente al respecto de una oficialidad que querría incluir, y así pues homologar, dentro de su mochila de peregrino todas las mentes pensantes y sus opiniones.

La Ilustración como proyecto se afianzó en el siglo XVIII con la intención de que la razón prevaleciera sobre la superstición y los mitos, sobre la Religión, para hacer a los hombres más libres o, al menos, más dueños de sus decisiones personales. Ante la incompletud del proyecto ilustrado y sus revisiones contemporáneas, olvidadizo con ciertas consideraciones al respecto de la igualdad real entre hombres y mujeres por ejemplo, el (neo)liberalismo ha acabado imponiendo la sustitución de la razón por la economía, dándole a ésta categoría de ciencia. O dicho de otro modo, ante el uso de la razón como herramienta de conocimiento se ha impuesto la instrumentalización de la ciencia como control del poder. Desterradas las ideologías de izquierdas por los propios partidos que las incluyen en sus siglas, por la mala puesta en práctica de sus teorías utópicas, por una sociedad descreída pese a unas minorías todavía idealistas, la economía se erige como el tótem al que todos acuden como solución de problemas económicos, pero también ideológicos, políticos y sociales.

La lucha de eslóganes que propició el V Encuentro Mundial de las familias dejó constancia también que los proyectos colectivos sólo pueden funcionar cuando lo que defienden es la inconsistencia abstracta de la Fe, el imposible deslindamiento de sus límites y formas. En el momento en que esta defensa entra en la pantanosa delimitación de los márgenes personales ¿qué ocurre con los proyectos colectivos en tanto que evangelizadores? Curiosamente, gran parte de los asistentes a este encuentro auspiciado por la Iglesia católica en defensa del concepto de familia tradicional, que no dudan en sumarse a causas colectivas por la predicación del catolicismo, en las encuestas de opinión son los que no siempre aceptan la inmigración dentro de sus territorios, a los que les preocupa por encima de todo el concepto de propiedad privada, quienes no dudan en apoyar –bien por ejecución, bien por complicidad- la devastación del territorio en pos de unos supuestos conceptos de progreso y riqueza. Y esto es así si atendemos a las encuestas, la parte visible, el nuevo único sagrado mandamiento, de una sociedad basada, sustentada y orientada por y hacia la Economía, esa religión paralela. Pues hasta Benedicto XVI ha hecho acortarse los bajos de sus hábitos para mostrar abiertamente que también el Papa viste de Prada. Por su parte, también indican las estadísticas que los colectivos existentes tras este personalizado eslogan, son dados a defender causas sociales, culturales, patrimoniales o de territorio, etc. recibiendo nada a acambio, si acaso el dudoso orgullo de considerarse partícipes de causas casi perdidas.

Las 5700 pancartas que consiguió vender el movimiento “Jo no t’espere”, si bien no pudieron competir en número con las decenas de miles vaticanas, sí evidencia nuevamente el diferente cariz de ambas actitudes. Las del eslogan individualista colectivizado podían adquirise en los puntos de venta estipulados al precio de 3€; exigía por lo tanto, la pequeña pero decidida voluntad de ir a comprarlas. La mayoría de las vaticanas, por su parte, fueron dadas por las propias parroquias a sus feligreses o distribuidas y colocadas, sobre todo en calles por donde estaba previsto que circulara Su Santidad, por la propia organización. No es baladí hablar de cifras enfrentadas: los beneficios de los 3€ de cada pancarta de protesta, invertidos para mantener activa la págnina web, frente a la opacidad institucional del coste de un evento marcado en cada segundo de existencia por el despilfarro. De nuevo un Goliat institucional, presumiblemente vestido de Prada (aunque a nadie extrañaría verlo pertrechado de Louis Vouiton y dirigiéndose hacia el Port America’s Cup), frente a un David equipado con ropa de resistencia…

Cuatro días antes de iniciarse este V Congreso Internacional de las Familias, que culminaba con la visita oficial de veintiséis horas de Benedicto XVI a Valencia, el accidente de metro más grave de toda la historia de España dejaba 43 muertos en la estación de Jesús de la red MetroValencia. Ese día Canal 9, la Televisión autonómica valenciana, tardó demasiado tiempo en reaccionar ante la desgracia, en parte por el exagerado número de medios propios y ajenos empleados y distribuidos varios días antes para emitir cada palmo y cada segundo de la visita papal. Se demostró que por encima de las personas y la razón, por encima de sus necesidades, todavía pulula la adoración a los mitos, las supersticiones y la religión (única y unidireccional, como el timbre de las noticias del canal autonómico) y las opiniones interesadas del partido político que gobierna. Meses después de todo este tumulto inflado como una plusvalía hipotecaria, todavía persisten restos del evento. El prisma blanco con la incisión de una cruz sutil en cada una de sus cuatro caras, que sirvió de faro-guía del catolicismo durante esos días y remate del altar donde Benedicto XVI ofreció misa, continúa en su emplazamiento original. Todo indicaba que el Partido Popular prolongaría su presencia hasta que, o bien viniesen otros a quitarla o bien cayera por su propio peso. Escudados en la absurda efemérides de recordar la visita papal a la ciudad. Pero, no, ya sabemos qué lo sustituirá: una columna conmemorativa diseñada por el arquitecto Santiago Calatrava, tan obsesionado por dejar huellas en su ciudad natal como comprometido con su ego descomunal. Y todo esto, menos mal, en una sociedad donde su Constitución, el mismo texto legal que meses atrás defendió el PP en el territorio de las calles como si realmente fuera una Sagrada Escritura, indica que vivimos en una “sociedad laica y aconfesional”. Ved sólo la estética, parecen decirnos estos aires tufados de neoconservadurismo liberal, pues de los contenidos de este reality-show televisado, ya nos encargamos nosotros.