Notas

Texto realizado con motivo de la exposición de Nuria Ferriol Negro sobre blanco o el jardín soñado, Jardí Botànic de València, Universitat de València. Del 26 de marzo al 26 de mayo de 2013.

En una escena de la película Espejo (Zercalo, 1974), de Andrei Tarkovski, un golpe de viento recorre el terreno próximo a la casa de la familia protagonista. La mujer está en el exterior y queda integrada dentro de la onda que el viento propaga. Las hierbas altas del paisaje ruso se mecen en orden, correlativamente, ganando espacio y arribando hasta donde se sitúa la cámara, como en una coreografía. Es un plano muy famoso, mágico y estremecedor. La mujer protagonista acaba de hablar con un desconocido que ha llegado hasta su casa en el campo y el viento sopla justo cuando este hombre se aleja. Dentro del filme, esta escena puede interpretarse como la voz diferida del padre, del marido, del compañero. Su ausencia deviene presencia, como recordando que la distancia física no es, necesariamente, también emocional.

En otra escena, esta vez en el interior de la casa, la cámara se detiene unos segundos en un plano que se torna eterno. Sobre una mesa, de la que vemos sobre todo su esquina, se acaba de retirar un vaso que ha dejado la marca del calor sobre la tabla de madera. El director aguanta el plano hasta que el vaho ha desaparecido por completo. El tiempo engulle el recuerdo, el rastro, la marca.

En su libro Esculpir en el tiempo, Andrei Tarkovski escribe: “El director demuestra su individualidad sobre todo por su sensibilidad de cara al tiempo, por medio del ritmo. (…) En el cine, el ritmo surge orgánicamente, en correspondencia al sentimiento de la vida que tiene el propio director, en correspondencia con su ‘búsqueda del tiempo’.”

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En otra escena cinematográfica, el viento es una transición, actúa como un cambio de registro. El cielo gira (2005) de Mercedes Álvarez es un retrato autobiográfico de la realizadora, quien vuelve al pueblo Aldeaseñor, en Soria, donde nació. La imagen muestra un paisaje estepario, con un único árbol en el horizonte. La voz de la autora va relatando la importancia de este lugar, su vinculación con él y la extrañeza de volver a verlo, cuando durante sus tres primeros años de vida, “este paisaje era el mundo”.

También comenta Mercedes Álvarez la muerte de su padre y que ahí yace enterrado.

La imagen está parada: “he querido parar la imagen” comenta la voz en off. Cuando acaba de relatar la serie de elementos vinculantes con el lugar, la imagen se pone en movimiento. Las nubes entonces recorren el paisaje empujadas por el viento, marcando la orografía del terreno, cambiando la luz, haciéndonos partícipes del tiempo, ese cielo que gira.

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Toda acción artística, toda empresa cultural es, en mayor o menor grado, una conquista de lo inútil (Werner Herzog). Cuando se consigue lo planeado o se encuentra algo que no se esperaba, queda un beneficio –tal vez solitario, tal vez empequeñecido por el afuera– difícil de comparar con cualquier otra cosa.

Hay dos figuras mitológicas que funcionan bien como metáfora de este esfuerzo. La primera es Sísifo, incansable en su empeño de subir la roca hasta lo alto de la montaña, día tras día. La otra es Atlas, cargando con el mundo sobre sus hombros. Si el primero muestra la tenacidad, el segundo anuncia la complejidad de un sentimiento de responsabilidad extraño y difícil de explicar. ¿Por qué cargar con el mundo a cuestas? ¿Qué empeño puede compararse al de ser siempre un tenaz sufridor de los males y los problemas propios y ajenos?

Los artistas parten de sí mismos para explicarse a los otros y, subsiguientemente, para explicar el mundo. En proporciones variables y ajustadas a sus particularidades, son tanto Sísifo como Atlas. El empeño de querer seguir explicándose una vez tras otra, y la imposibilidad de no cargar con la responsabilidad de explicar el mundo.

Adentrarse en un bosque y perderse es una buena imagen de este proceso. Perderse hasta encontrar la salida.

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 “Queridísimo padre:

Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo.”

Así comienza Carta al padre de Franz Kafka. Pocos autores han sido interpretados desde tantos puntos de vista y con tanto entusiasmo transformador como el escritor checo. Conociendo estos sentimientos tan sinceros sobre la figura de su propio padre, en cierta forma, no resulta extraño que los personajes creados por él se convirtieran de la noche a la mañana en cucarachas, en monos que cuentan su transformación en primates ante un auditorio encanado de la risa o auténticamente estupefacto, o bien que esperen fuera de la puerta de la oficina durante años, creyendo que deben aguardar a que les llamen para entrar. Hay cosas que la razón explica con tantos detalles, tan bien expresadas, que la realidad se revuelve furiosa, como si se sintiese delatada hasta en sus más íntimos pormenores. La burocracia ya nunca será lo mismo, ni podrá parecer neutral, después de leer El proceso.

En el filme documental Relámpago sobre agua (Lightning over water, 1980) dirigido a cuatro manos por Wim Wenders y Nicholas Ray, el relato de Fank Kafka Informe para una academia se ha reconvertido en monólogo teatral y se observa un fragmento del ensayo. Ray dirige la pieza. Wenders, a su vez, ha ido a Nueva York para grabar los últimos meses, semanas, días en la vida de Nicholas Ray, el gran director de cine que siguió siéndolo pese a haber dado la espalda a Hollywood. O tal vez por esto. Murió durante el rodaje.

Hay un detalle dentro de la película que, siendo fundamentalmente formal, resulta sorprendente. En el filme aparece material grabado en vídeo, sobre todo una conferencia que Ray da en una universidad frente a alumnos de la Escuela de cine. La calidad de la grabación es pésima, tal como era el vídeo entonces. Mientras el celuloide acorta las distancias desde el año de grabación (1980) hasta nuestro presente, siendo éste cualquier momento en que se visione de nuevo la cinta, el vídeo envejece ese instante con la torpeza de su novedad. No es un asunto de vanidad de un medio frente a otro, aunque es inevitable la comparación: es la fotografía trabajada y plenamente desarrollada quien vence, frente al registro de un suceso que deviene imagen enferma en sus inicios.

Nicholas Ray filmó decenas de películas consideradas hoy en día obras clásicas. De entre ellas, Johnny Guitar (1954) destaca por mostrar el reverso del western. De esta película podría hacerse un estudio sobre el color de la ropa de los personajes en relación a las escenas donde aparecen, con la actriz Joan Crawford como estilete cromático destacado. Sin saberse muy bien hacia dónde conduciría este análisis, seguro que la relación con la pintura se tornaría inevitable. El color en el cine frente al blanco y negro de esta serie de dibujos de Nuria Ferriol.

Seguro que Nicholas Ray conocía el cuento de Frank Kafka Deseo de ser un indio. Un grito de libertad tan sostenido sólo puede darlo quien se sabe libre.

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Los jardines evocan la construcción de un mundo que es transformación y control sobre la naturaleza. En su evocación, se permiten imaginar cómo sería el jardín primero e intentan recrearlo. Están destinados a crear un imaginario que sirva de modelo de un modelo nunca visto, ni conocido. He ahí su función primera.

Los jardines botánicos son a la naturaleza lo que el archivo al tiempo. Agrupan, clasifican, preservan, exponen… indican la imposibilidad de su empeño, esa fantasía de totalidad propia del archivo perfecto.

Un jardín botánico cuenta la genealogía del jardín primigenio entre sus paseos, a través de los árboles y plantas que acumula y mantiene. El paso del tiempo no conseguirá anular del todo las semejanzas entre las especies derivadas de otras especies, como ocurre en un linaje. La figura del árbol genealógico es la creación de un modelo sobre la creación de un modelo social denominado familia.

De igual modo, el arte intenta construir realidad sobre aquello denominado realidad. En el arte también existen inclemencias, como en los jardines y en la naturaleza. Hay orografías como valles y como montañas, hay calmas chichas, tormentas perfectas, parajes resguardados y sopla el viento. Sobre todo, sopla el viento. El viento en el arte es el material que lo mantiene intacto; que consigue que nuestro presente de observadores sea, por un momento, el presente de quien lo realizó. Esa sensación sólo es posible imaginarla como quien siente el viento en la cara.

¿De dónde vendrá? ¿Hacia dónde se dirige?

La interpretación en el arte es al arte lo que el jardín a la naturaleza. Construye un recorrido y, al hacerlo, recrea un sentido. Sobre los elementos aquí citados a lo largo de estos fragmentos, habla el trabajo de Nuria Ferriol. Otras muchas cosas son asimismo evocadas, y son tan sencillas y profundas como el relato de un suceso.