Teresa Cebrián. Siete veces siete

Texto realizado con motivo de la exposición de Teresa Cebrián …Cuando las palabras desaparecen, en Galería Rosa Santos, Valencia. Del 4 de octubre al 10 de noviembre de 2012.

Al pronunciar palabras, al hacerlas audibles, salidas del pensamiento que las construye para ser dichas, las palabras ya no son nuestras. Son dichas por nosotros, defendidas por nosotros, pero están ya ausentes de autoría. La autoría es el primer gran error del ser humano; sin la autoría, sin embargo, no terminamos de ser, de construirnos como tal humanos. Esa es nuestra paradoja. Cuando la artista construye esculturas con palabras no dichas, pero sí esculpidas, tratadas como ideas que deban corporeizarse para ser leídas y, tal vez, pronunciadas en voz alta, entendemos que la realidad se construye.

Entendemos que la realidad se construye, y esa es nuestra paradoja; pues perdimos la capacidad de asumir que lo real viene dado, se otorga y se traspasa de mano en mano. De ahí lo ilustrativo frente a lo iluminado. Si la luz ya no es dada, sino que debe generarse, la hoguera será no sólo la fuente lumínica, sino también lo que nos dé calor. El humo desvaneciéndose hacia el cielo no es más poderoso que el que surge de la taza y se desvanece en el espacio de la estancia. La artista ha reivindicado una habitación propia; el té, entonces, era de frutos rojos, se sirvió frío y refrescó nuestras palabras.

Nuestras palabras siguieron el ritmo ascendente de las escaleras, de los recuerdos amarrados al suelo de rasilla de las terrazas, al recuerdo del helecho de los abuelos, al aire repentinamente fresco de la ciudad. La maleta es el símbolo del viaje, del sueño del nómada, de la esperanza de la vuelta. La artista dice que el nómada es aquel que siempre vuelve. ¿Qué pasa con quien siempre quiere irse y, como dijo Pessoa, “siempre se queda, siempre se queda, siempre se queda”? Imaginar la sombra de la soledad, alargada como un edificio estrecho y alto. Permanecer en él, como el dolor persiste.

El dolor persiste en las manos, y rememora una época de viajes y contrarios acercándose y alejándose sin aviso previo. Agarrar una herramienta, coser una pieza de látex, levantar con las manos una bandeja con una jarra, son símbolos de un proceso degenerativo. El arte es un proceso de transición, la delimitación de la duda. Exponerse abierto, saltar sin red, reconstruirse de nuevo… son el material de que están hechas las obras de arte. Mucho más allá de la belleza que puedan contener e incluso más allá también de lo que puedan desbordarse en la teoría la interpretación de sus conceptos.

Sus conceptos han ido y han vuelto a un territorio que ya ha sido descubierto, colonizado y abandonado por fases. Es el fin de una época en que las palabras se decían de viva voz o se pensaban para ser dichas de viva voz o manuscritas. Resuena un eco de una época que ya no está entre nosotros, de ahí el eco: ya desvanecido el sonido, nos queda el rumor insistiendo en no irse. Las palabras se han convertido en imágenes de las palabras. O en esculturas que, al ser convertidas también en imagen, pretenden cerrar el círculo. La capa de piel sintética abraza e intenta retener el hueco que deja la ausencia.

La ausencia resuena también en el interior de las cajas apalabradas. Y el “artist stament” plantea la cuestión de la política y el arte, del contexto social e histórico. “I’m an artist from the eighties”, empieza la presentación. ¿Se puede ser de una época sin evitar traicionarla? ¿Podemos reivindicar una época, a pesar de que nos haya atropellado y dejado secuelas? Hay décadas que están más presentes que otras, aunque cronológicamente estén detrás. Son esos años en que despertamos al pensamiento crítico y nos asentamos en él; esa es nuestra época. El resto acompaña esa construcción.

Esa construcción argumental que la artista solicitaba se ha multiplicado por el propio número solicitado. Siete veces siete, como una maldición prosaica; o una condena inviolable. Los marcos antiguos, usados, comparten un tiempo que las palabras también hacen suyo, pero que no han vivido. “Cuando las palabras desaparecen” perdemos la memoria, pero también el presente, la posibilidad de seguir siendo. Nos miraremos y escribiremos las fechas de nuestros mejores momentos para crear imágenes que nos recuerden que las palabras, esas mismas que nos decíamos entonces, han desaparecido.