Lo que pasa en la ciudad donde no pasa nada

Publicación memoria de actividades Dos años de Otro Espacio, Mislata, Valencia.

Es un símil fácil, pero esconde una cierta verdad: por no pasar, en Valencia ya no pasa ni el río sobre cuya vega se fundó la ciudad. Es asimismo cierto que sus inesperadas crecidas de caudal en períodos de lluvia, dieron más disgustos que alegrías a sus habitantes. Como un veneno que portase incluido su propio antídoto, el antiguo lecho del río Turia es ahora el pulmón verde de la capital y un lugar de encuentro que relaciona las dos partes de la ciudad de forma tranquila. Paradojas del destino. En esta transformación resultó decisivo el carácter combativo de los ciudadanos, que se opusieron al proyecto franquista del Plan Sur que deseaba convertir el río seco –con su curso ya desviado bordeando el sur de la ciudad– en un nudo de autopistas. Bajo la demanda de un riu verd, esta victoria de la ciudadanía a los pies de la cama de Franco puede considerarse el primer triunfo de la sociedad valenciana en el período inmediatamente anterior a la democracia.

Otras reivindicaciones siguen activas después de décadas de lucha, como Salvem el Botànic (alrededor de 25 años) o, más recientemente y con mayor calado mediático, Salvem Cabanyal-Canyamelar, con doce años de oposición, propuestas creativas como Portes Obertes y suficientes resoluciones judiciales a su favor como para haber “ganado” ya la batalla contra la prolongación de la avenida Blasco Ibáñez y el derribo consecuente de varios miles de casas populares. Un plan urbanístico que se mantiene por la obcecación de una alcaldesa herida en su autoestima política y, parece ser, también en su concepción de valencianía.

La invisibilidad cultural de la capital más allá de su término autonómico viene derivada tanto por una serie de decisiones tomadas, más o menos desafortunadamente, como por la ausencia de planificación a medio y largo plazo. Este panorama no es desde luego exclusivo de la Comunitat Valenciana, pero sí ha alcanzado en este ámbito nivel de excelencia. Uno de los motivos principales ha sido el descrédito y nivel de marginación otorgado a la cultura desde las más altas estancias. La clase política valenciana es manifiestamente inculta, poco preparada incluso dialécticamente y populista, muy dada a convertir la cultura de popular en un territorio abonado para la manipulación y apropiación de la identidad colectiva. Cuando se escribe este breve texto se acaba de consumar la vil censura de la exposición fotográfica Fragments d’un any, en el MuVIM, y la posterior dimisión de Romà de la Calle como director del centro. Semejante actitud sólo puede definir a sus responsables como una clase política autoritaria y culturalmente incompetente.

En términos generales, las políticas culturales de la Comunitat Valenciana se han movido en los últimos quince años en la esquizofrenia provocada por el fasto desproporcionado de su primera etapa (Bienal de Valencia, Encuentro Mundial de las Artes, Palau de les Arts) y el ajuste de cuentas en los últimos tiempos, en gran parte asumiendo deudas heredadas de aquellos días de vino, rosas y catálogos sin contenido. Por otro lado, ha habido un marcado cambio de actitud que ha ido desde la promoción del arte y la cultura –aunque fuese errando el tiro– hacia el elitismo que proponen la ópera o las competiciones deportivas de alto standing, como la America’s Cup, el Campeonato de Europa de Fórmula 1 en el circuito urbano o el Torneo ATP de Tenis, metido con calzador dentro del costoso y disfuncional Ágora de Santiago Calatrava. Este tipo prioridades genera una extraña mezcla de populismo y ampliación de las diferencias de clase social y cultural en algunos aspectos irreconciliables.

La cultura, sin embargo, no es sino la acción y la actitud de los habitantes de una comunidad cualquiera, con sus puestas en común y sus proyectos personales y colectivos; su tradición y sus proyectos innovadores de futuro. En este sentido, diferentes proyectos colectivos fueron surgiendo, en parte debido a la escasez de opciones promovidas desde ámbitos institucionales o incluso desde los privados con verdadera presencia exterior. En la década de los años noventa Purgatori fue un espacio dinamizador de cultura alternativa, sobre todo en su segunda época, donde se realizaron proyectos colectivos de calado, como el dedicado a la memoria de la arquitectura industrial en zonas de la capital que ahora son nuevos barrios de clase alta, hasta que el poder lo absorvió. La Sala Naranja, desde otra posición estética y situado en la periferia del centro de la ciudad, en el barrio de Patraix, generó a finales de esa misma década y durante gran parte de esta primera del s. XXI, un foco de interés al margen, independiente, con dos salas diferentes en un amplio espacio que proponían diversos acercamientos a la cultura visual.

De entre los espacios y colectivos surgidos entre los últimos años, Magatzems, La Perrrera y Otro espacio proponen una actitud ante el arte y la cultura con una mirada contemporánea, además del interés por la relación mutua, el trasvase de información y el trabajo en grupo. Magatzems inició su andadura como una plataforma de almacenaje de obras para artistas; continuó como sala de exposiciones y taller de enseñanzas y prácticas artísticas y en su versión actual combina dentro de un interesante espacio en la calle Turia, encuentros culturales, dorkbots, ciclos de cine, exposiciones temporales y bar. La Perrera es quizás el que se ha demostrado más afín a una galería de arte alternativa, con una programación que en sus primeras dos temporadas organizaba exposiciones semanales, conscientes de la importancia del evento de la inauguración como momento álgido de encuentro. El ritmo ha descendido en las siguientes dos temporadas, en parte debido a la reducción de sus componentes y en parte a la necesidad de que estos mismos inicien el vuelo de sus carreras y profesiones particulares. No hay que obviar que estas iniciativas se generan en su mayoría por el ímpetu de estudiantes de arte en sus últimos cursos de licenciatura o en los años inminentemente posteriores a su graduación, momentos que resultan muy decisivos a nivel personal y profesional. Sin espacio físico concreto, el colectivo de artistas La Tejedora CCEC se ha asentado en el panorama artístico con un discurso fresco, irónico y que emplea con astucia las herramientas que la cultura contemporánea, en un amplio sentido el término, pone a su alcance.

En Otro espacio se dan una serie de características que lo hacen peculiar y distintivo. En primer lugar, se asienta fuera del término municipal de Valencia, en Mislata, una población colindante con la ciudad por su extremo oeste y cohesionada por el cauce del río Turia y un buen servicio de autobuses urbanos y metro. Así pues, el concepto de periferia es todavía más patente (y más cuestionable por lo tanto) que en otros ejemplos antes mencionados, en una ciudad donde la práctica totalidad de espacios culturales públicos y privados se encuentran en su barrio histórico. Por otro lado, pese a ser una asociación cultural formada por varios miembros, el lugar físico que ocupa es la casa-estudio de uno de ellos, Juan José Martín Andrés. Este detalle confiere a todo el proyecto cultural el aspecto de una prolongación comunal o comunitaria, de intenciones artísticas personales. Es decir, es la ampliación, por otros medios y con otro alcance, de las prioridades y necesidades de su hospedador consensuadas con el resto del colectivo y aupadas por el reflejo de experiencias desarrolladas en otros lugares y desde otros márgenes. Otro espacio cataliza el interés del arte contemporáneo alternativo en forma de exposiciones, charlas, debates, publicaciones, series de obras gráfica, proyecciones… algunas de cuyas acciones han surgido o se han realizado más allá del ámbito casi doméstico de su emplazamiento.

El arte contemporáneo funde con naturalidad intereses teóricos muy diversos, transversales, del mismo modo que introduce políticas de la individualidad alejadas de posiciones netamente técnicas o mercantiles. Lo personal se vuelve político y lo político adquiere muchas variantes de expresión pública, desde las miradas dirigidas a lo local como diagnóstico de lo global, a comportamientos extendidos con inmediatez gracias a las redes sociales aplicadas. Este detalle instrumental determina la diferencia de los nuevos modos de producción, exposición y difusión de la cultura y distancia los surgidos hace cuatro o cinco años de aquéllos fundados en un momento “pre-tecnológico”, que podemos situar a todo aquello surgido algo más de diez años atrás, es decir, en los últimos momentos del s. XX. En Otro espacio, el empleo de la red no sólo ha invalidado el concepto obsoleto de periferia física en un ámbito tan delimitado como es el área metropolitana de Valencia, sino que ha enlazado con formas de hacer, en genérico, que están presentes en los cinco continentes. En este sentido, Otro espacio acierta al plantear la cultura como un bien activo, orgánico y en perpetuo trasvase y movimiento.

Sin embargo, y aquí estriba la cuestión, la inmediatez de difusión de la información, la perseverancia de las redes sociales y el empeño en mantener la cultura viva y visible, no es óbice para que se siga manteniendo, sin duda como reflejo y prolongación de la cultura generada en el ámbito de la Comunitat Valenciana, una invisibilidad permanente hacia el resto del Estado español, sólo alterada por la crítica al menosprecio del Gobierno, la celebración de grandes y ruinosos eventos deportivos, casos de corrupción política o actitudes contra la libertad de expresión. Huelga decir que ése no es el mejor espejo donde la cultura, cualquier definición que le otorguemos al concepto cultura, deba reflejarse. Desde luego que no.