Un teatro sin función

Exposición de alumnos del Máster Universitario en Fotografía, Arte y Técnica, UPV. Teatro de los manantiales. 24 de junio de 2010.

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La ubicación correcta de una exposición en un espacio, entendiendo por esto al menos la elección del lugar acorde a lo que allí se mostrará y la correcta distribución de las obras presentadas, es un paso determinante para que el público entienda y valore un proyecto. En contraste con las organizadas desde museos y fundaciones, las exposiciones alternativas ofrecen la posibilidad de construir una nueva vía entre la obra y los espectadores, donde la cercanía, el discurso de lo cotidiano y la accesibilidad sustituyan el rigor histórico, los métodos ya consabidos de producción y exhibición y la distancia de seguridad obligatoria.

Con Un teatro sin función el arte contemporáneo se encuentra con las artes escénicas en un espacio, el Teatro de los Manantiales, que ha sabido capear el temporal del conservadurismo escénico valenciano con producciones teatrales y audiovisuales de alto valor experimental y, en algunos casos gloriosos, de importante calidad estética. En este ejemplo concreto, la fotografía y el vídeo toman el lugar oscuro del teatro generando una exposición relatada, temporizada y planteada como una función que nadie protagoniza, pero donde todos los participantes están presentes. Este giro conceptual se realiza de manera sencilla e imaginativa. El grupo de espectadores convocado para cada una de las tres idénticas sesiones de esta no-función es guiado por las luces de la escena de una pared a otra, conforme se alumbran las obras fotográficas que habitan sus muros. Entre medias de cada una de estas sutiles visitas guiadas, un vídeo de Andrea Canepa subdividido en capítulos, las interpreta más libre o más literalmente, según el caso. Todas excepto una, la obra audiovisual de Argenis Ibáñez, que culmina el recorrido espacial y temático y que incluye dentro de sí fotografía y video.

Solange Jacobs se autorretrata reinterpretando un retrato familiar que queda, de esta forma, convertido en díptico. En la parte izquierda se ubica el original; en el lado derecho la artista se muestra vestida, peinada y maquillada de manera casi idéntica que la protagonista del otro. El salto temporal queda reflejado en el cambio de textura de la imagen, al tiempo que las pequeñas diferencias en la fisonomía de ambos retratos permite detenerse en temas claves como la herencia genética, el linaje, la dependencia a cualquier nivel del ámbito familiar o la reconstrucción del yo que todo individuo termina, de una manera u otra, completando o sufriendo.

Inês Abreu presenta una serie de imágenes compuestas caleidoscópicamente donde las referencias a los objetos o personajes representados, con la naturaleza como escenario perpetuo, se torna esquiva y tiende a esconderse. La variedad en el tamaño de los formatos también se relaciona con las escenas, sugiriendo tal vez que la representación de aquello que vemos siempre viene acompañado de las sensaciones recibidas durante su contemplación o su experiencia. Andrea Canepa interpreta este trabajo a modo de carrusel, donde las imágenes van girando al son de una tonadilla de caja de música.

Rafael Marañón reutiliza un negativo perteneciente a su colección fotográfica particular y lo convierte en una fotografía propia, de autor. La imagen se ha impreso sobre lienzo, consiguiendo que la textura se relacione con el elemento más importante dentro de ella, que son las sábanas que los dos personajes retratados portan a modo de disfraces de fantasma. La invención de un título para la imagen (relacionado con el ámbito familiar y con la fecha de celebración del Halloween) y el micro-relato narrado que acompaña como una voz en off la intervención de A. Canepa, confieren a este trabajo un tono sombrío y un aire de narración literaria estadounidense. La unión de literatura y fotografía demuestra la relevancia de la ficción en sus prácticas y la relativa facilidad que cualquier autor posee para trastocar la realidad.

Amandine Lachaire, por su cuenta, presenta una serie de pequeños polípticos fotográficos, cada uno de los cuales se inscribe dentro de un soporte, que funciona como paspartú. La sobriedad del montaje contrasta con las imágenes mostradas, que representan una suerte de paisajes partidos que muestran sutiles diferencias en el encuadre (mostrando más cielo o menos, una rama en la orilla de la playa) y/o en la aparición de objetos o personajes.

La fotografía de gran formato de Isaac Senchermes mantenía, durante la representación de esta no función, un interesante pulso de oscuridades y ocultamientos, que se ampliaba por el capítulo de Andrea Canepa dedicado a su obra. La imagen muestra una escena nocturna de naturaleza iluminada parcialmente por un foco. A la oscuridad relativa de gran parte de la fotografía había que sumar la concisa iluminación que recibía cuando el recorrido de la exposición se detenía en ella, volviendo a una total oscuridad después. El aspecto cinematográfico de la escena, que pudiera tal vez relacionarse con la inquietante atmósfera de David Lynch, por ejemplo, quedaba ampliado y al mismo tiempo anulado con la interesante acción filmada de Andrea, donde se observa el plano corto de una mano portando una bombilla, recorriendo e iluminando la propia superficie de la imagen. Esta simple acción generaba por momentos la sensación de que la fotografía de Isaac Senchermes era el propio espacio natural antes o después de ser fotografiado.

Miren Segurajaúregi presenta una composición múltiple de escenas, de diferentes formatos aunque todas ellas enmarcadas de idéntica manera, en apariencia domésticas o cotidianas. Una mirada más detenida plantea serias dudas sobre el azar de las composiciones y hace replantearse el proyecto, entendido ahora, tras esta re-visión como bodegones sobre lo cotidiano. Persiste una elegancia particular en las imágenes que, según el contexto donde se ubiquen, podría alumbrar muy diversas interpretaciones. La variedad de formatos también puede verse, desde un análisis narrativo, como una posible concordancia emocional con las escenas. A más tamaño, mayor importancia del recuerdo o de la situación recreada. Claro que esto sólo puede ser que sea el gusto personal, y una sensación liberadora, por la interpretación. Andrea Canepa adaptó este trabajo con el plano fijo cenital de una mesa donde los servicios iban cambiando aceleradamente.

La representación concluía con el pase del vídeo de Argenis Ibáñez, de algo más de seis minutos de duración, en la pared frontal a la entrada a la sala. Cuatro personajes, dos mujeres y dos hombres, todos ellos jóvenes, se muestran en escenas cotidianas, domésticas, con frecuencia también íntimas. Sus acciones ilustran, tal vez amplificado por la utilización de la música y una cierta urgencia en el montaje, el modo en que entienden el erotismo o, al menos, ejemplificando una situación que a su modo de ver sintetice este concepto. Es evidente que la mirada sobre ellos y sobre la situación concreta que representan es la del propio Argenis, quien consigue unificar los ambientes y el tono de la narración y compone un intenso retrato múltiple cargado de simbolismo. Entre las cuatro diferentes historias, a modo de separador, se muestra una imagen fija, la fotografía que sintetiza la visión de cada uno de ellos sobre el tema planteado.

La inquietante y planificada presentación de las obras de este grupo de alumnos del Máster de Fotografía, la segunda de las tres exposiciones previstas, relaciona abiertamente la fotografía con la representación, es decir, con la ficción. Incluso los trabajos que no plantean nada de esto en sus intenciones primigenias, tal vez hayan sido leídos bajo esta luz de escena. Es la importancia del espacio, y de su empleo, en la mirada y en la sensación de los espectadores, lo que aquí se ha puesto en tela de juicio. Y es eso, al mismo tiempo, lo que puede volverse en su contra.