Álex Francés. Arte, vida, tiempo… o viceversa

Texto realizado con motivo del Ciclo de arte contemporáneo y flamenco in_ter_va_lo. Caja Sol, Sevilla, septiembre-octubre 2008.

I

Si en el arte moderno el símbolo sustituyó al signo, la alegoría ha sustituido a su vez al símbolo en el arte contemporáneo. De la representación mimética de la realidad del arte clásico se pasó a la simbología complementaria y emotiva, representada en la imagen de un objeto partido en dos cuyas mitades viven vidas separadas y, al tiempo, siguen pudiéndose encajar perfectamente entre sí. La alegoría, por su parte, muestra una imagen que significa no sólo aquello que representa, sino también y especialmente, otra cosa. La evolución hacia una mayor complejidad del lenguaje artístico contemporáneo ha recurrido, sin embargo, a la inmediatez de las imágenes fotográficas y a su correlato temporal con el cine y el vídeo. Lenguajes que, sobre todo en el caso de la fotografía, son definidos como índices y, por lo tanto, son sígnicos. ¿Cómo entonces explicar esta aparente doble pertenencia de la fotografía contemporánea al signo en cuanto que lenguaje y a la alegoría en cuanto que práctica?

Una interpretación plausible vendría dada por el hecho de que ambas, la alegoría y la fotografía, son ficción. Sobre la primera afirmación no caben dudas: la alegoría surge como ficción, pues hace referencia a asuntos diferentes de los que literalmente muestra. Sobre la segunda, tampoco hay dudas, pero seguro que puede haber matices y diferentes niveles interpretativos. La fotografía en general y la realizada en las últimas décadas en el ámbito del arte en particular, más que corroborar que aquello que muestra la imagen ha existido –o pertenece al espacio circundante o a la acción concreta de las personas– explicita que es una intervención y, así pues, recrea lo real por la vía de la verosimilitud o bien, prescindiendo de esto, genera el artificio.

La fotografía como prueba ha dejado de ser probatoria, en el sentido de que aquello que muestra es así o, mejor dicho, fue así, pues parece que este “arte medio” sólo se puede relacionar con el pasado a través de sus múltiples estratos temporales. De hecho, tal vez la fotografía nunca fue prueba, ni siquiera en sus orígenes, pero durante mucho tiempo se asumió como una traducción más o menos literal del referente, algo que debía ser creído; y, asimismo, algo que servía para registrar, clasificar, catalogar y controlar. ¿Cómo entender y definir entonces las fotografías auto designadas “éticamente comprometidas”, aquéllas que basan todo su poder en la denuncia de situaciones objetivamente infrahumanas? ¿Qué papel le queda a la fotografía de denuncia social o de plasmación del dolor ajeno, interpretando las palabras de Sontag, cuando se demuestra la inoperatividad probatoria de sus imágenes o la invasión estética sobre cualquier situación que muestra? En un momento en que la acumulación de imágenes impide a lo visual ser entendido como un todo, y lo muestra como un vasto archivo documental de banalidades y trascendencias a un mismo nivel, ¿cómo plantearnos el medio fotográfico sino como recreación de realidades?

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