Diálogo con Daniel G. Andújar

Texto publicado en el cuaderno del proyecto Herramientas del arte. Relecturas. Sala Parpalló, Valencia, 24 de junio – 30 de septiembre de 2008.

La conversación que sigue es un modo más de exponer algunos de los temas que este proyecto se ha propuesto analizar. Ha sido un diálogo virtual en proceso entre Álvaro de los Ángeles y Daniel G. Andújar, escrito desde el lugar y en el momento en que ha sido posible hacerlo. Gran parte de las ideas desarrolladas, sin embargo, se apuntaron durante los días en que G. Andújar se encontraba en Valencia con motivo de la realización del taller conjunto con Rogelio López Cuenca. Aspectos como el compromiso del artista contemporáneo, sus roles dentro del entramado sociocultural y sociopolítico, las posibilidades y tácticas reales de supervivencia o la generación de nuevos modos de entender su oficio en una sociedad en transformación continua, conviven con elementos derivados del propio título del proyecto: ¿de qué herramientas disponen los artistas en el momento actual y hacia dónde o contra qué cabe dirigir las relecturas derivadas de sus acciones?

Álvaro de los Ángeles: El Encuentro/Taller teórico-práctico que impartisteis Rogelio y tú del 3 al 5 de marzo de 2008, sirvió para delimitar varios de los temas centrales del proyecto Herramientas del arte. Relecturas. Es cierto que no se pudieron desarrollar todos los conceptos que se anunciaron, en parte por la concentración de todo el proceso en tres días, pero por algunos de los aspectos que allí se discutieron y el debate que crearon, la impresión general tras el taller es que se generaban muchas preguntas y surgían nuevos modos de afrontar la experiencia artística.
Desde el primer momento, este proyecto se ha ideado para generar cuestiones, interrogar supuestos hechos incontestables de la cultura y sus instituciones, plantear entre todos los agentes involucrados vías hacia dónde pueden dirigirse las prácticas artísticas hoy y debatir a propósito del lugar que ocupa el artista dentro de la sociedad. Asimismo, si algo caracteriza el arte actual es su hibridación de técnicas, soportes, modos de exposición y relaciones con otras materias sociales, como la política, la sociología, la historia, la filosofía, el psicoanálisis, la arquitectura o el urbanismo… A lo que cabe añadir otros temas calificados de no “científicos” pero igualmente teorizables como son la cuestión de la memoria, el archivo como modelo de sociedad contemporánea, las nuevas redes sociales interconectadas, el asociacionismo y el activismo orientados hacia el arte o proyectados y generados desde él.
La funcionalidad del arte, su utilidad dentro de la sociedad, tal como se ha planteado al menos desde los años treinta del siglo XX y su evolución en décadas posteriores, ¿puede tener algún correlato en el arte contemporáneo actual? ¿Es posible una relectura de sus funciones y utilidades a partir de elementos generados por las herramientas contemporáneas, en especial las derivadas o surgidas de la tecnología? ¿Es ese su único modo de releer su práctica? Y, por derivación, en una sociedad gobernada por la macroeconomía, donde todo es tasado en tiempo real o incluso por adelantado ¿puede todavía el arte tener una función social real, en el sentido de ejecutable, palpable?

Daniel G. Andújar: La práctica artística, tal y como yo la entiendo, debe convertirse también en una muestra de la “resistencia” a un modelo que pretende mantenerse con obstinación en un espacio de relaciones cada vez más jerarquizado, difuso, globalizado, estandarizado… Quienes gestionan el entramado de las industrias culturales y la dirección de las instituciones culturales han abandonado hace décadas los procesos de generación de nuevos contenidos y la producción cultural como construcción colectiva. Gran parte de los profesionales que dirigen este entramado se dedican simplemente a desarrollar una estructura de poder personal subiéndose a la parte más visible y mediática de las instituciones artísticas públicas y privadas. Ostentan el poder y gestionan la realidad de su pequeño imperio. La Institución Arte ha sido absorbida como un mecanismo más de los procesos de producción de servicios, es parte activa de los procesos de turistización del contexto urbano y participa en la compleja readaptación de las infraestructuras de la nueva ciudad. Los artistas hemos sido relegados en la corte por una nueva élite de gestores culturales que ejercen desde torres de marfil con forma de mausoleos y en acontecimientos bianuales.
El conflicto de intereses que plantea este modelo está servido y la radicalización de posturas es aprovechada muy oportunamente por quienes ostentan el poder y están muy bien posicionados en esos espacios de visibilidad. Visibilidad que hasta estos momentos la dan los medios de comunicación tradicionales, es decir, la Radio, la Televisión y la Prensa escrita. ¿Quiénes son los dueños o, al menos, controlan estos medios? Y lo que es más importante, ¿quiénes sus aliados?
Los artistas lo tenemos claro, o nos integramos en este nuevo sistema de gestión, o nos pasamos a la arquitectura para recuperar los favores de la corte. Lo demás es situarse en un estadio de pérdida permanente. Claro que también podemos situarnos en un estadio de “resistencia” (¿permanente?). Yo me decanto por esto último. Los modelos están en continua definición, afortunadamente las actuales tecnologías de información y comunicación han generado un nuevo marco de actuación en medio del cual se desenvuelven tanto situaciones previas como nuevos escenarios que podemos aprovechar, también los artistas. Y creo que estas transformaciones están poniendo en crisis los modelos de distribución y gestión cultural dominante. El espacio digital no surgió simplemente como un medio que permite la comunicación, también surgió como un nuevo teatro para todo tipo de operaciones. Y éste es, claramente, un espacio disputado cuyos intereses ven amenazados sus viejas jerarquías. El Arte tiene ahí una función también política que necesita de posicionamientos éticos claros. El Arte, como cualquier otro proceso cultural, es básicamente un proceso de transmisión, de transferencia, de diálogo continuo, permanente y necesario… pero no lo olvidemos, también es trasgresión, ruptura, ironía, parodia, apropiación, usurpación, confrontación, investigación, exploración, interrogación, contestación. Busquemos pues el contexto idóneo que permita desarrollar esta idea en condiciones más optimas. Y si no existe, tendremos que intentar crearlo.

ÁdlÁ: Incidamos en el tema del compromiso. Resulta casi impensable que el trabajo de un artista concreto, en especial si su obra se caracteriza por lidiar con temas sociales, pudiera no ir parejo con su forma de comportarse ante determinados asuntos políticos. Y, sin embargo, la historia está llena de intelectuales, poetas, artistas, filósofos… cuya obra ha trascendido su época y es considerada relevante, y cuyas acciones personales pueden ser juzgadas –y, de hecho, lo han sido- como no apropiadas en relación no sólo a su obra, sino también y desde un punto de vista ético, con todo lo otro. Este es un tema todavía muy vigente.
El arte, tal vez debido a su intrínseca vocación descriptiva, visibilizando y haciendo patentes interpretaciones personales de asuntos importantes, siempre es relegado de la toma de decisiones no ya políticas, sino también culturales. De hecho, las propias políticas culturales con frecuencia son planificadas por cargos políticos con una marcada fobia cultural o, cuanto menos, por una visión reduccionista de la cultura. La cultura es entendida como la comparsa que acompaña una cohorte de asuntos y personajes relevantes y decisivos.
¿Es la dimensión pública del artista la que conforman los espacios de arte institucionales, las galerías, los nuevos espacios que proporcionan las herramientas tecnológicas alojadas en la red… o es más bien un lugar propio, que cada uno hace suyo y que se torna visible también de forma personal y casi impredecible? ¿Puede haber gestos, acciones, trayectos… que puedan ser dados en común, o el híper-individualismo del arte sólo permite actos unipersonales?

DGA: En la nueva configuración de las industrias culturales, en las que trabajan un cada vez mayor número de personas, los artistas formamos el último escalafón de la jerarquía de las mismas y estamos a la cola de las retribuciones económicas que el sistema produce. Es decir, que hay mucha gente que se gana la vida en este mundo, pero los artistas, en cambio, parece que nos “jugamos la vida”. Y yo me pregunto, ¿se puede mantener el sistema del Arte sin artistas contemporáneos? Parece ser que para muchas instituciones sí. Afortunadamente la práctica del arte no se circunscribe solamente a la parcela institucional y de mercado, puede y debe encontrar, o si no inventarlos, nuevos territorios desde los que desarrollar nuevas propuestas.
Uno de los territorios desde el que podemos operar, y del que desde luego debemos reclamar una revisión urgente del sistema imperante y una reformulación, es el de la noción de propiedad intelectual, que debe de evolucionar hacia un nuevo contexto de cultura más libre. Las leyes puestas en marcha por nuestros gobernantes en la nueva Ley de Propiedad Intelectual, como el derecho de copia privada, reducido ahora a la mínima expresión, son anacrónicas para la era de Internet. Entiendo que las actuales regulaciones suponen un verdadero lastre para la creación, el acceso a la información y la difusión del conocimiento. Yo creo que en este tipo de territorios es donde el artista visual puede dar muestras de compromiso y ejemplo con su trabajo, de lo contrario verá limitada su capacidad de actuación. Históricamente su trabajo ha estado muy asociado a visiones demasiado egocéntricas, híper-individualistas, centradas en la visión del objeto único como única referencia material a su trabajo. Convirtiéndose en mero valor de cambio en un mercado que, por otro lado, también está evolucionando, como el propio contexto económico.
Como comentaba antes, estamos inmersos en un profundo proceso de cambio que está generando actitudes que han permitido la gestación, a nivel global, de distintos movimientos a favor del desarrollo de nuevas formas de innovación y de creación colectiva, así como a favor de compartir libremente el conocimiento adquirido y los derechos de su uso. Es un proceso complejo y global de cooperación y desarrollo que constantemente suma participantes e intereses. Son formas de organización del trabajo que se afirman como más productivas y tremendamente capaces de orientar la innovación hacia un objetivo de interés comunitario. La cooperación social desvela su poder de innovación y creación, entendida como el mejor modo de apoyar un modelo que permite la distribución y expansión de los contenidos para participantes, usuarios y audiencia. Los artistas evidentemente debemos formar parte del proceso de cambio. Y no será fácil adaptarse.

ÁdlÁ: Por tus palabras, y por lo que hemos comentado en otras ocasiones con Rogelio López Cuenca, parece deducirse que la función del artista ya no puede ser la de un mero representador del mundo, entendida esta representación como la acción que permite crear obras que prueben la individualidad creativa y distintiva de cada artista. Sin embargo, en todos los foros artísticos, la particularidad creativa del artista, su sello, sigue siendo lo que determina su calidad. ¿Existe en esto una contradicción? Si es así ¿cómo asumirla, en cuanto que artista activo dentro del mundo del arte?

DGA: Bueno, todavía hay mucha resistencia a alejarse de ciertos contenedores estancos. Para mí, es extremadamente importante poder abandonar estos reducidos emplazamientos tradicionales que existen en el ya de por sí estrecho mundo del arte. Formamos parte de un contexto cultural y social mucho más amplio que a su vez está tratando de digerir uno de los cambios cognitivos de mayor capacidad de transformación de las últimas décadas, ya veremos si siglos. A mi entender, la práctica artística no puede limitarse simplemente a airear los grandes interrogantes de lo humano y lo divino -ni obedecer a estrategias puramente estéticas o de mercado-, sino que debe comprometerse e implicarse en los procesos sociales y políticos.
Tenemos que asumir nuestro compromiso ético con el trabajo que desempeñamos, integrándolo como parte del proceso de desarrollo de los distintos aspectos que conforman nuestro contexto social, político y cultural. Estamos viviendo una re-formulación de los procesos de producción, transmisión y apropiación de los bienes simbólicos que nos hace replantearnos los modelos de construcción de subjetividad y organización social. Walter Benjamin, ya en 1934, escribió en relación al productor: “Un autor que no enseñe a los escritores, no enseña a nadie. Resulta, pues, decisivo el carácter modelo de la producción, que en, primer lugar, instruye a otros productores en la producción y que, en segundo lugar, es capaz de poner a su disposición un aparato mejorado. Y dicho aparato será tanto mejor cuanto más consumidores lleve a la producción”.
Debemos comenzar redefiniendo el papel del artista en esta sociedad, aun dentro de su especificidad, y es que no pasa nada, ¿qué pasa, es la única disciplina que no puede declararse en crisis o en continuo cambio? ¿No están también educadores, periodistas, científicos… diferentes disciplinas, tratando de redefinir o repensar su rol en la sociedad, tratando de adaptarse paulatinamente a los cambios, buscando ubicar su situación en la sociedad? Hay que generar un proceso de ruptura de la clásica concepción del artista a otra, ésta de carácter procesual, analista, informador o crítico, en una realidad de contestación lógica a la situación en que se encuentra la institución exclusivista burguesa del arte -el museo, el mercado, el mundo académico, el conservador concepto de artista-. Los artistas tenemos que ofrecer alternativas de actuación, abrir espacios de confrontación y de crítica. Esto implica bajar a la arena, cuestionar toda la estructura y convencer a otros de que podemos volver a reestructurar todo el sistema utilizando parámetros diferentes, otros procesos distintos a los propuestos por los actuales artistas cortesanos, rotondistas, retratistas oficiales y decoradores cómplices del poder. No podemos resignarnos a volver a la catedral, a pintar bóvedas en teatros y a decorar los apartamentos de los nuevos ricos del ladrillo. Está claro que estamos dando una vuelta más de rosca, reformulando una relectura exhaustiva, pero no creo que estemos haciendo algo distinto de observar cuanto nos rodea y cuestionar, cuestionar todo el tiempo, aprendiendo a leer en el reverso de las imágenes. No es nada nuevo.

ÁdlÁ: La cuestión de la supervivencia es clave si queremos dilucidar cuál es la tarea del artista y su lugar dentro del entramado artístico. Como señalabas anteriormente, parece que los artistas “se juegan la vida” haciendo lo que hacen, más que ganársela como cualquier trabajador lo hace desempeñando su trabajo. A propósito de esto, convendría traer a colación una de las ideas desarrolladas por Iván de la Nuez en el texto que se incluye en este cuaderno y que tiene por subtítulo ‘Arte, política y supervivencia’. En la última parte del texto, que salió publicado con anterioridad en el suplemento cultural Babelia con el título ‘Intelectuales en la era de la imagen’, Iván propone que la cultura visual está sustituyendo, lenta pero inexorablemente, a la cultura escrita “como transmisora de saber”. Y argumenta que, por lo tanto, los artistas tienen ante sí la tarea de convertirse en los intelectuales de la era de la imagen.
Esta idea, sin duda clave para entender la complejidad cada vez más específica del arte contemporáneo, plantea sin embargo otras dudas; entre las cuales destaca, a mi modo de ver, la de cuestionar si el término “intelectual” y todo lo que históricamente ha supuesto esta figura, resulta de ayuda para la comunicación de los nuevos modos de entender el arte o lleva adosado un lastre. Es decir, si también el término intelectual necesitaría de una redefinición o de una relectura dentro del territorio cultural donde, como tú afirmas, todo está en proceso de transformación.

DGA: No entiendo tanto que unos vayan a sustituir a otros como que cada vez nos acercamos más a un estadio donde será difícil identificar sectores culturales totalmente autónomos. Esto podría parecer una contradicción con el hecho de que cada vez es más difícil aprehender la realidad de forma autónoma e individual, es decir, que necesitamos generar de forma colectiva nuevas formas de aprendizaje y colaboración para desempeñar cualquier tarea. Nos sumergimos en un mundo en el que emisor y receptor simultanean sus acciones. Hemos pasado en muy corto periodo de tiempo de visitar el museo, la biblioteca, el archivo, a vivir físicamente dentro del Archivo. No disponemos de forma individual de capacidad, tiempo, ni memoria, para abarcar todo el Sistema. Los investigadores nos advierten, el ser humano tiene una capacidad de memoria de trabajo que se limita a recordar cuatro cosas, nada más, aunque podemos utilizar trucos como repetir algo muchas veces, o agrupar cosas. Cómo vamos pues a manejarnos con toda esta cantidad ingente de documentos, de informaciones, de imágenes… Tenemos que generar mecanismos que nos permitan transformar todo esta maraña ruidosa en conocimiento específico para poder desarrollar cualquier actividad concreta de nuestra personalidad. Y esto lo tenemos que abarcar de forma colectiva, buscando nuevos mecanismos desde multitud de campos y disciplinas. Seguramente comenzando por el educativo. Aquí no sobra nadie, como tampoco ningún territorio es exclusivo de nadie.
Si habláramos en términos tradicionales, como hablan en los museos, es decir de público, el espectador —la audiencia a la que va dirigido el trabajo del artista— está hoy, más que nunca, acostumbrado a técnicas de representación muy sofisticadas provenientes de medios como la publicidad y la televisión, pero sobre todo de la reciente transformación de los hábitos de consumo mediático que supone la aparición extensiva de Internet, herramientas personales de telecomunicación como el teléfono móvil (que es a su vez cámara de video y fotos) y la introducción sistemática del ordenador en el ámbito privado. Lo visual está específicamente asociado al territorio digital contemporáneo, el ocio digital, la publicidad… los artistas, ya no somos los únicos con capacidad para influir en el imaginario visual, es más, creo que hemos perdido parte de esa capacidad y tal vez sea el momento de dejar de producir más ruido, de fabricar más imágenes. Esto no quiere decir necesariamente dejar de trabajar con las imágenes, que es algo de lo que los artistas sabemos bastante, o al menos deberíamos. Entremos en esa batalla, pero valoremos otras perspectivas. Descubramos lo que hay detrás de estas imágenes, enseñemos a decodificar, sí, ayudemos a abrir el código del armazón visual, mostremos el reverso de todas estas imágenes, exhibamos sus entrañas. Es un lenguaje que está lleno de capacidades, pero que está inmerso en un campo de batalla por su control. “El lenguaje cambia el mundo”, comenta Rogelio López Cuenca en una entrevista reciente, éste es uno de nuestros campos de batalla primordiales, ¿es ésta una actitud intelectual?, no lo sé. Pero ahí estamos.