Crítica: Pintura como experiencia como recuerdo. José Saborit

Publicado en Posdata, suplemento cultural de Diario Levante-EMV. 11 de mayo de 2012

Pintura y caligrafía comparten la importancia del trazo, la dependencia de la superficie para ser visibles y devenir lenguaje. Al hablar de pintura y escritura, sin embargo, estos niveles rasantes difieren. La escritura es el relato, no el trazo; la pintura puede ser el discurso, no ya la pincelada o incluso el estilo. Este juego de semejanzas no deja de ser una interpretación favorable al discurso de este análisis, deseoso de encontrar algunas de las razones por las que José Saborit (Valencia, 1960) pinta casi exclusivamente paisajes (marinos) que impiden al espectador adentrarse en ellos o sentirlos como una experiencia propia.

Esta exposición en el IVAM-Centre Julio González ocurre algo más de tres años después de la acaecida en el Centre del Carmen, algo bastante insólito en el panorama artístico local, indicando que los vientos son propicios para esta sucesión de oportunidades, en un momento de escasez de ellas. Asimismo, está comisariada por el propio artista junto con el poeta Carlos Marzal, lo que hace patente la versatilidad de Saborit, catedrático de pintura, reconocido ensayista, articulista, ilustrador y también, aunque de trayectoria más corta, poeta.

Cada una de las cinco salas en que se subdivide la muestra, dedicadas a un lugar o tema concretos, exhiben una vitrina conformada por materiales anexos a la obra pictórica del artista. Una palabra en vinilo sobre el cristal superior de cada mostrador, indica el carácter de su contenido: “Lectura” expone algunos libros que han sido influencias; “Escritura” muestra textos y libros propios; “Ilustración” hace lo propio con los dibujos que han servido para ilustrar interiores de libros y portadas; “Caos” está compuesta de cientos de fotografías de paisajes superpuestas, a modo de referencia visual de los cuadros posteriores. La última, sin texto, incluye una serie de objetos blancos (pastillas de jabón, gomas de borrar, esponjas, tubos de óleo) o blanqueados, como los papeles de lija usados, en la sala blanca que lleva por título el propio de la exposición, “Más al sur”.

Lo que vienen a aportar estos materiales es la visión de conjunto de un artista que emplea diferentes medios de expresión y contextos para mostrarse intelectual y emocionalmente. En la sala de inicio, “Porta-Coeli”, además de cuadros de gran formato, se expone la serie de dibujos “Doble sombra”, a la postre uno de los trabajos más inquietantes de la muestra. Los 35 dibujos muestran diferentes plantas, hierbas y flores características del lugar, realizados tras proyectar sobre el papel las sombras de los especímenes, adquiriendo el aspecto de fotogramas manuales. Se incluye un tarro de cristal repleto con las muestras empleadas, detalle que ofrece, además del resultado, la posibilidad de una experiencia. Esta cualidad no está de manera tan presente en los cuadros, principal material de la exposición.

Las pinturas, tal como se indicaba al inicio, comparten una presencia sólida que no siempre invita al espectador a adentrarse en ellas, como si estuvieran contempladas a través de un cristal y éste mismo estuviera también representado en el cuadro. Para esta sensación ayudan ciertas texturas “en primer término”, esclarecimiento de un modo de hacer pintura tanto como conversión en frontera que impidiese sentir los paisajes como un continuidad del espacio. Es por ello que, estando como está tan presente el artista en toda la muestra y aún más en el catálogo editado (una suerte de diario a varias voces), esto pueda leerse como paralización del artista ante el paisaje; una suerte de rendición ante la inconmensurabilidad natural, que reduce la expresión a recuerdo limitado de su experiencia. O, incluso, como una necesidad de huída que, una y otra vez, choca contra la invisibilidad presente de sus límites.